Los opiáceos han sido utilizados para tratar el dolor intenso, y sus efectos son diferentes, dependiendo de cada individuo, ya que algunas personas toleran los opioides durante años sin efectos adversos, mientras que otros pueden llegar a ser físicamente dependientes.
Son un tipo de analgésico que se utiliza para controlar el dolor; funcionan al unirse a ciertos receptores en el sistema nervioso y cambia la forma en que el cerebro interpreta el dolor.
Se pueden administrar en las siguientes formas: vía oral, vía intravenosa, vía tópica y vía supositorio, y cualquiera de ellos se administra con receta médica.
Son recomendados los opiáceos, cuando los analgésicos no opioides, como los AINE -antiinflamatorios no esteroideos- no han proporcionado alivio del dolor. Los opiáceos proporcionan un control del dolor más uniforme y fiable en periodos críticos, pero no están ideados para paliar el dolor ordinario.
Entre los opiodes para tratar el dolor crónico destacan: codeína, fentanilo, oxicodona, hidrocodona, metadona, pentazocina o morfina entre otros.
Los opiáceos producen reacciones adversas, como náuseas, vómitos, estreñimiento, somnolencia, prurito, sequedad de boca y contracciones de la pupila del ojo.
Otras reacciones menos frecuentes son: depresión, confusión, hipotermia, alucinaciones, delirio, urticaria, bradicardia / taquicardia, mareos, dolor de cabeza , retención urinaria, enrojecimiento, espasmo biliar, rigidez muscular, mioclonías -movimientos involuntarios que producen contracciones musculares-.
Fuente Imagen: generacionelsevier